EL HOMBRE ELEFANTE

Peligrosamente humano

Por Isabel Agurto

Hace muchos, muchos años ―no ahora― hace muchos, muchos años, se consideraba a las personas con trastornos mentales o físicos, como seres endemoniados que merecían castigo por ser como eran, asimismo, en su momento, se consideró a John Merrick culpable de su trastorno, de ser un monstruo a los ojos de cualquiera, un ser no-humano, merecedor del infierno. El Dr. Frederick Treves lo descubrió siendo explotado como fenómeno, lo rescató y lo protegió hasta su muerte. Habló de ese caso en sus memorias, en las que lo menciona como “una escalofriante criatura que solo puede verse en una pesadilla. La figura de un hombre con las características de un elefante”.

Esta es la historia que inspiró a Bernard Pomerance para escribir la obra El hombre elefante. Una historia que fácilmente pudo haber sido tratada como un melodrama, presionando segundo a segundo los botones de la emotividad y el dolor, pero se aborda más desde una sobria intelectualidad que desde la emoción desgarradora. La obra invita a analizar qué nos hace humanos y no a sentir lástima por un hombre que alcanzó a aprender mucho en corto tiempo, pero poco supo del amor que tanto anhelaba.

La adaptación chilena de El hombre elefante es protagonizada por Gabriel Urzúa, quien a lo largo de su carrera ha demostrado un amplio rango actoral, luciéndose en obras de distintos estilos, desde el drama social en Pompeya, el humor crítico con la compañía Bonobos, hasta musicales con Los Contadores Auditores y Cultura Capital, además de lo que se le ha visto en cine y televisión.

En el papel de John Merrick, Urzúa, logra poner en práctica toda su capacidad de interpretación e inquietud creativa ―no necesariamente toda, ya que es un actor que siempre nos puede volver a sorprender―. Logra darle al personaje delicadeza y poesía.

En cuanto a la interpretación física, lo de Urzúa es soberbio, cómo sin ningún tipo de prótesis transforma su cuerpo, rostro y forma de expresarse, y consigue sostener el personaje de manera impecable por dos horas. Un aplauso cerrado, loas y premios es lo mínimo que merece.

Antonia Santa María interpreta a la señora Kendall, una actriz de renombre que, pese a su primera impresión, adquiere el gusto de conocer al señor Merrick y actúa como su patrocinadora en la alta sociedad londinense, un rol que pudo ser fácilmente caricaturizado, Santa María lo trabaja con sutileza.

El doctor Frederick Treves es interpretado por Guilherme Sepúlveda con la misma sobriedad que atraviesa la obra entera y es característica especial de su personaje. Sobrio, pero destacable como este doctor que cree saber todo sobre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, pero, por más que quiere, su superioridad moral le impide ver a los otros como iguales. Incapaz de diferenciar la caridad de la justicia, un hombre inteligente y bueno, sin saber que siempre se puede seguir aprendiendo.

Un estreno de la talla de El hombre elefante ―reconocida internacionalmente y con diversos premios― necesariamente despierta altas expectativas. Las generó en mí, muy altas. Además, conociendo la calidad de producciones de Cultura Capital, de su directora, Natalia Grez, el genial elenco reunido para este montaje y saber que habría una banda en vivo musicalizando con temas de Pink Floyd, las expectativas llegaban al Everest. Pero no decepcionaron.

Si bien el sello de Cultura Capital está presente en esta producción, es a la vez algo muy diferente a lo que conocemos de esta productora. Se agradece el riesgo con esta historia. En la puesta en escena confiábamos, pero este tipo de trama, esta obra en particular, que cuestiona los asuntos más sensibles sobre lo que significa ser humano, era un riesgo, una apuesta poder mostrarlo adecuadamente, sobre todo con tanto elemento de apoyo audiovisual y musical, pero no solo logran hacerlo bien, sino al límite de la perfección.

Respecto de la música, un punto muy importante. Cada canción es precisa en los momentos en que aparece. Esta obra se podía sostener sin una banda en vivo y seguir siendo sobresaliente, sin embargo, la musicalización la eleva a ese Everest en el que estaban mis expectativas.

Temo escribir todo esto desde la completa ignorancia, al no haber visto ninguna versión anterior de El hombre elefante, pero en no pretendo escribir u opinar desde un lugar elevado ni inventado, escribo desde mi butaca en la fila J del teatro Nescafé de las artes, rodeada de otros como yo, o distintos a mí, pero que, en este momento, nuestra posición de público nos iguala. Quizás, alguno está aquí por primera vez y esta es la primera obra de teatro que ve en su vida, quizás vino por la música de Pink Floyd, pero ¡qué suerte!, pienso, debutar como espectador con una maravilla como ésta. Esa persona de seguro volverá, quizás no a esta misma obra, pero a otras y a otras y a más. Eso es lo que hacen los buenos montajes, generan audiencias fieles.

Otros de mis pares espectadores quizás no llevan la cuenta de cuántas veces se han sentado en estas butacas o en otras, o en sillas más incómodas, da lo mismo. Estamos aquí y ¡qué suerte tenemos de coincidir en este momento! No importa el día que hayan visto El hombre elefante, si bien cada función es diferente en el teatro, de alguna manera, la producción y presentación de esta obra en nuestro país, con actores y actrices chilenas, es UN MOMENTO. Es importante.

Ficha artística

Dramaturgia: Bernard Pomerance

Traducción: Ignacia Allamand

Adaptación: Natalia Grez

Dirección general: Natalia Grez

Asistencia de dirección: Alessandra Massardo

Elenco: Gabriel Urzúa, Guilherme Sepúlveda, Mariana Loyola, Germán Pinilla, Antonia Santa María, Álvaro Ceballos

Diseño Integral: Catalina Devia, César Erazo

Dirección musical: Felipe Martínez

Banda: Felipe Martínez, Fabrizio Labrin, Gustavo San Martín, Felipe Bórquez

Cantante: Isabel Muñoz

Sonidista: Jorge Castro

Jefatura técnica: Cristóbal Manríquez

Producción ejecutiva: Alessandra Massardo

Asistencia de producción: Vicente Belmar

Una coproducción de CULTURA CAPITAL y TEATRO NESCAFÉ DE LAS ARTES

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