Daniela Castillo Toro, creadora, actriz y directora de «Mi madre nada»
“Siempre me quise distanciar de la idea de teatro biográfico o teatro documental, no quería que fuera eso”
Por Isabel Agurto e Italo Castelli
Daniela Castillo es actriz, directora e investigadora teatral, conocida por su trabajo en obras como Humane, El gran silencio, la última versión de Pam Berry y, más recientemente, en Un espejo y Mi madre nada, obra que también dirige y cuya idea original surgió de una experiencia tan íntima como universal, ver cómo un ser querido, en este caso, su madre, va desapareciendo dentro de su propio cuerpo, a causa del Alzheimer.
Fue justo antes de una de sus funciones que tuvimos el agrado de entrevistarla para conversar sobre la obra y un poco sobre la cartelera local.
Partamos por el título de la obra, Mi madre nada, tres palabras que pueden evocar mucho
Mi madre tiene Alzheimer hace como ocho años ya y, el título tiene que ver con una anécdota que es nadar en la piscina. A ella siempre le gustó mucho nadar y Nico Lange, que es mi compañero creador de esta obra, se estaba quedando en mi casa mientras trabajábamos el texto y vio esta escena donde ayudábamos a mi mamá a bajar a la piscina, porque este verano ella estaba mucho más deteriorada físicamente, motrizmente. Entonces, él vio esa escena cotidiana de ayudarla a bajar y después ella nadaba. La escribió al momento después de ver eso y me la leyó, y ahí se volvió una parte de la obra. Me pareció una bonita síntesis entre la nada de vacío y la acción de nadar.
Justamente la siguiente pregunta es sobre Nicolás Lange. Esta historia nace de una idea y de una vivencia tuya personal, pero la escribes con él. ¿Por qué fue esa elección? ¿Cómo llegaste a decidir que él escribiera esta obra tan íntima?
Fue cuando yo estaba viviendo en Berlín en 2021 y el Nico estaba ahí, se quedó en mi casa, conversando de la vida, yo le conté, le actualicé un poco en qué iba lo de mi mamá, le conté, además, que mi familia había llegado exiliada a Alemania.
Había muchas cosas cruzándose, mi abuela tenía como mi edad cuando llegó a ese país, y ahora mi mamá estaba en Chile perdiendo la memoria, pero a la vez, se cruza la memoria del país y el exilio y, por sobre todo la pena. Yo estaba triste y el Nico me dijo, deberías hacer algo con esto, y yo dije, ya, y empecé a escribir, y él siempre estuvo al lado mío como un compañero de ruta. Primero yo escribí y él me guió, como si fuera un asesor. Mandé un Fondart de escritura y escribí. Y toda esa escritura sirvió como proceso de creación, para entender dónde nos estábamos metiendo, dónde él me iba guiando y, después, este verano, él tomó todo eso y lo hizo una obra.
También descubrimos el diario, o sea, yo ya lo había descubierto, pero se lo leí este verano y me dijo, ésta es la columna vertebral de la cuestión. Entonces es él quien inventa esta travesía, esta epopeya media épica, él me la propuso.
Desde afuera, se ve como una historia familiar y que Nico fuera un externo, pero veo que también hay mucho de él y su sensibilidad.
Totalmente, sí, mucho. De hecho, la otra vez hablábamos de cómo se puede escribir una obra cuya historia no nace en él, pero él la escribe como si fuera también su vida. Siempre está la posibilidad de que fuera su madre, o algo así.
¿Cómo estás viviendo este proceso de teatro autobiográfico? ¿Te había tocado alguna experiencia de este tipo?
No me gusta llamarlo así, no sé si se cataloga así, pero siempre me quise distanciar de la idea de teatro biográfico o teatro documental, no quería que fuera eso. No sé en realidad lo que es, pero sí estoy hablando de una historia personal y la estoy contando yo, apoyada en el teatro, en la imaginación, en la magia, en una fábula fantástica, con mucha imaginación. Más que documental es de inspiración. De inspiración personal, pero de ahí ya emerge otra cosa.
Hace pocas semanas te vimos en Un Espejo, en el Teatro Zoco, donde hacías un rol que era muchos roles, una ex militar que pasa a ser administrativa, que luego es actriz, que se hace pasar por una novia. Al oído de uno como espectador suena muy ajeno, muy distinto, ¿qué es más difícil, ser tú en el escenario u ser este otro personaje que parece tan lejano?
Cuando uno actúa a un personaje en una ficción que no tiene que ver con uno, aunque igual encuentras cosas tuyas en él y uno también es ese personaje, se está protegido por la ficción, por eso que se inventó y que ni siquiera lo inventó uno. Pero cuando uno hace de uno, que nunca me había pasado, es heavy, pero ¿sabes qué? en esta obra he sentido más tranquilidad, o sea, un nervio tremendo, pero no el mismo nervio de otras obras. También puede ser porque estoy sola y en realidad la única que me va a salvar aquí soy yo misma. Se siente como el desnudo, pero hay algo muy honesto ahí, no hay donde esconderse.
¿Cómo llegaron con esta obra al Teatro La Memoria?
Yo le escribí al Rodri (Rodrigo Pérez) el año pasado, porque estaba buscando dónde estrenar. Sabía que iba a estrenar este año, no sabía si iba a tener fondos, pero lo iba a ser igual, iba a encontrar la manera. Y me puse a buscar lugar. Le escribí al Rodrigo pensando en hacer una alianza, si ellos podían, quizás, prestarme sala de ensayo o hacer una apertura de proceso. Él me llamó de vuelta, no sé si el mismo día, y me ofreció estrenar acá. Yo quedé ¡plop! porque ¡qué hermoso, qué tremenda invitación! Me sentí muy honrada. Y en realidad, La Memoria es el lugar perfecto, muy perfecto.
¿Qué tan actualizada estás con la cartelera de teatro hoy? De lo que se está presentando ahora o de lo que tú sepas que se viene ¿hay alguna obra que te gustaría mucho ir a ver o estés esperando poder tener el tiempo para ir?
De las que tengo en mente que se van a estrenar, yo sé que va a estrenar la Manuela (Infante), Vampyr, creo que se estrena en agosto o por ahí (desde el 22 de agosto en Matucana 100). Es un estreno que me encantaría ver, porque me encanta el trabajo de Manuela.
Una que ahora está y me la perdí es Voyager. Iba a ir el domingo pasado y no lo logré, pero yo sé que van a volver.
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